jueves, 23 de diciembre de 2010

La Caja de Cerillas

¡Qué frío tan atroz! Caía la nieve, y la noche se venía encima. Era el día de Nochebuena. En medio del frío y de la oscuridad, una pobre niña pasó por la calle con la cabeza y los pies desnuditos.

Tenía, en verdad, zapatos cuando salió de su casa; pero no le habían servido mucho tiempo. Eran unas zapatillas enormes que su madre ya había usado: tan grandes, que la niña las perdió al apresurarse a atravesar la calle para que no la pisasen los carruajes que iban en direcciones opuestas.

La niña caminaba, pues, con los piececitos desnudos, que estaban rojos y azules del frío; llevaba en el delantal, que era muy viejo, algunas docenas de cajas de fósforos y tenía en la mano una de ellas como muestra. Era muy mal día: ningún comprador se había presentado, y, por consiguiente, la niña no había ganado ni un céntimo. Tenía mucha hambre, mucho frío y muy mísero aspecto. ¡Pobre niña! Los copos de nieve se posaban en sus largos cabellos rubios, que le caían en preciosos bucles sobre el cuello; pero no pensaba en sus cabellos. Veía bullir las luces a través de las ventanas; el olor de los asados se percibía por todas partes. Era el día de Nochebuena, y en esta festividad pensaba la infeliz niña.

Se sentó en una plazoleta, y se acurrucó en un rincón entre dos casas. El frío se apoderaba de ella y entumecía sus miembros; pero no se atrevía a presentarse en su casa; volvía con todos los fósforos y sin una sola moneda. Su madrastra la maltrataría, y, además, en su casa hacía también mucho frío. Vivían bajo el tejado y el viento soplaba allí con furia, aunque las mayores aberturas habían sido tapadas con paja y trapos viejos. Sus manecitas estaban casi yertas de frío. ¡Ah! ¡Cuánto placer le causaría calentarse con una cerillita! ¡Si se atreviera a sacar una sola de la caja, a frotarla en la pared y a calentarse los dedos! Sacó una. ¡Rich! ¡Cómo alumbraba y cómo ardía! Despedía una llama clara y caliente como la de una velita cuando la rodeó con su mano. ¡Qué luz tan hermosa! Creía la niña que estaba sentada en una gran chimenea de hierro, adornada con bolas y cubierta con una capa de latón reluciente. ¡Ardía el fuego allí de un modo tan hermoso! ¡Calentaba tan bien!

Pero todo acaba en el mundo. La niña extendió sus piececillos para calentarlos también; más la llama se apagó: ya no le quedaba a la niña en la mano más que un pedacito de cerilla. Frotó otra, que ardió y brilló como la primera; y allí donde la luz cayó sobre la pared, se hizo tan transparente como una gasa. La niña creyó ver una habitación en que la mesa estaba cubierta por un blanco mantel resplandeciente con finas porcelanas, y sobre el cual un pavo asado y relleno de trufas exhalaba un perfume delicioso. ¡Oh sorpresa! ¡Oh felicidad! De pronto tuvo la ilusión de que el ave saltaba de su plato sobre el pavimento con el tenedor y el cuchillo clavados en la pechuga, y rodaba hasta llegar a sus piececitos. Pero la segunda cerilla se apagó, y no vio ante sí más que la pared impenetrable y fría.

Encendió un nuevo fósforo. Creyó entonces verse sentada cerca de un magnífico nacimiento: era más rico y mayor que todos los que había visto en aquellos días en el escaparate de los más ricos comercios. Mil luces ardían en los arbolillos; los pastores y zagalas parecían moverse y sonreír a la niña. Esta, embelesada, levantó entonces las dos manos, y el fósforo se apagó. Todas las luces del nacimiento se elevaron, y comprendió entonces que no eran más que estrellas. Una de ellas pasó trazando una línea de fuego en el cielo.

-Esto quiere decir que alguien ha muerto- pensó la niña; porque su abuelita, que era la única que había sido buena para ella, pero que ya no existía, le había dicho muchas veces: “Cuando cae una estrella, es que un alma sube hasta el trono de Dios”.

Todavía frotó la niña otro fósforo en la pared, y creyó ver una gran luz, en medio de la cual estaba su abuela en pie y con un aspecto sublime y radiante.

-¡Abuelita!- gritó la niña-. ¡Llévame contigo! ¡Cuando se apague el fósforo, sé muy bien que ya no te veré más! ¡Desaparecerás como la chimenea de hierro, como el ave asada y como el hermoso nacimiento!

Después se atrevió a frotar el resto de la caja, porque quería conservar la ilusión de que veía a su abuelita, y los fósforos esparcieron una claridad vivísima. Nunca la abuela le había parecido tan grande ni tan hermosa. Cogió a la niña bajo el brazo, y las dos se elevaron en medio de la luz hasta un sitio tan elevado, que allí no hacía frío, ni se sentía hambre, ni tristeza: hasta el trono de Dios.

Cuando llegó el nuevo día seguía sentada la niña entre las dos casas, con las mejillas rojas y la sonrisa en los labios. ¡Muerta, muerta de frío en la Nochebuena! El sol iluminó a aquel tierno ser sentado allí con las cajas de cerillas, de las cuales una había ardido por completo.

-¡Ha querido calentarse la pobrecita!- dijo alguien.

Pero nadie pudo saber las hermosas cosas que había visto, ni en medio de qué resplandor había entrado con su anciana abuela en el reino de los cielos.

domingo, 12 de diciembre de 2010

Siento, luego existo.


¿Cuántas veces te haz encontrado en una habitación llena de personas y aun así te sientes en total soledad?, ¿Cuan confiable puede ser un sujeto?, ¿Cuánto puedes confiar en ti mismo?

Te preguntas cuando estás ahí para todos, pero nadie esta para ti, aprendes a valerte por ti mismo, sin tener que necesitar de los demás aunque ellos sigan necesitándote y no te sientes a gusto cuando no haces las cosas tú mismo, llenándote de jactancia o presunción, es algo simple, pero cierto, cargo con tantos secretos y no encuentro un lugar seguro en donde depositarlos, a veces simplemente, me gustaría ponerlos en el interior de un cofre y liberarme del peso que todos ellos conllevan. Pero no es posible, elegí cargar con ellos y así aprendí a vivir.

No me siento seguro, sin importar donde esté ellos pueden encontrarme, sin importar lo que haga los fantasmas de mi pasado siguen atormentándome, entrando una y otra vez en mis pesadillas.

Mi mente vuela y no la puedo parar, esto, no me gusta en lo absoluto, me siento impotente. Los últimos días me la he pasado en cama pensando en cada momento que me hizo sentir mal intentando encontrarles una razón, pero no lo logré.

Todo lo que viví me hace ser orgulloso y me hace pensar -¿Qué tan mala persona puedo ser?- No puedo confiar en nadie, ya no es fácil ¿Por qué? ¿Por qué me niego a hacerlo?

Las cosas han cambiado, yo he cambiado y empiezo a ver que estoy dejando salir lo que se ha guardado durante años dentro de mí, actúo sistemáticamente, con indiferencia ante lo que anteriormente me habría alegrado y con intolerancia ante cosas que habría pasado por alto. Estoy dejando de ser optimista y de alguna manera comienzo a ver el odio como algo familiar.

Esta noche tuve un sueño, en el tenía todo lo que había deseado, sin embargo no era feliz, nadie me importaba, había en mi tanto resentimiento y terminé destruyendo todo aquello que antes quería, mientras reía al hacerlo. Tengo miedo de llegar a saber que eso, es lo que siento realmente.

Observo a las personas y he aprendido de ellas, la manera en que se comportan, su manera de pensar, ver lo que intentan ocultar, he aprendido que el mundo es hipócrita y cada quien actúa para su beneficio.

Alguna vez me dijeron -¿Cuál es tu juego?-, pero yo no juego, yo vivo e intento ver cada día como una nueva oportunidad para ser mejor... Lo que no te mata te hace más fuerte, pero normelmente triunfa al segundo intento.