sábado, 2 de octubre de 2010

Aceptando el dolor.


Eran las 6:30 am, el despertador no me había arruinado el sueño con ese irritante chillido esa mañana, o tal vez estaba tan cansado que ni siquiera lo escuché. -Es tarde-, me dije, fui directo a la ducha. Había olvidado lo feliz que me hacía despertar y encontrar en mi mente su sonrisa, su mirada o su inconfundible aroma, ésta vez solo pude pensar en como me las arreglaría para regresar a casa después de la escuela sin que el deseo de llamarle me consumiera, sin que esa rabia que me provocaba el hecho de que ella no estuviese mas a mi lado acabara hundiéndome en mi inmutable suplicio una vez mas; -fue mi culpa-, me repetí tantas veces, pero en el fondo sabía que no era así, su fría indiferencia fue la que terminó con todo.

Esa mañana era distinta a otras, miré a través del vidrio empañado de mi ventana y noté un extraño aire de tranquilidad, llovía y hacía frio, tal y como alguna vez mencioné que me gustaban los días. Salí de casa con rumbo a la escuela aún con aquellas ideas montando una batalla en mi cabeza intentando conseguir un poco de lucidez. Desvié la mirada instintivamente, solo sentí la necesidad de hacerlo; había una chica caminando a mi lado, tal vez hacía ya mas de diez minutos ahí y mis perturbadas ideas no me habían dado la oportunidad de percatarme hasta ese momento. Ella giró la cabeza hacia mí, tenía una mirada penetrante, era preciosa y quedé estupefacto ante sus ojos, de su mano derecha caía sangre y sostenía en ella una enorme y hermosa rosa negra. Mire de nuevo su rostro con una sensación de tristeza dentro de mi y ella simplemente dibujó con su boca una bella sonrisa llena de ternura y se alejó.

Llegué tarde a clase, no era la primera vez, últimamente ya no me importaba aunque no tuve problemas en ésta ocasión. No hablé con nadie, solamente me había dedicado a pensar y a preguntarme quién era esa chica y el porqué no pregunté siquiera su nombre, comencé a lamentarme nuevamente.

Inesperadamente las clases terminaron antes debido a que la fuerte lluvia podría haber desbordado un río cercano a la zona, aunque no fue así. Nuevamente me encontraba en la calle caminando bajo el agua pero ahora con una sola pregunta clavada en mi mente -¿quién eres?- Esa chica había hecho brotar en mi un viejo sentimiento, algo que no había experimentado hacía algún tiempo ya.

A pesar de estar empapado, decidí no tomar un taxi aún y seguir caminando, de alguna forma tenía la esperanza de encontrarla una vez más yendo a mi lado, pero sabía que eso no pasaría, sin embargo no podía dejar de sentirlo. Momentos después al pasar bajo un puente peatonal, algo llamó mi atención, para mi sorpresa en él estaba aquella niña y por un momento me llené de felicidad, la que se fue transformando en miedo poco a poco. -¡¡Noo!!- grité -¡¡Por favor no!!- arrojé mi mochila al suelo y de un momento a otro me halla corriendo con tal desesperación como la que nunca había sentido, apenas llegué a tiempo para comprobar lo que ya suponía que pasaría, ella había saltado del puente.

Lo único que se oía era el repiqueteo de las gotas de lluvia azotando enérgicamente contra el suelo, sentí al momento un enorme y agudo dolor y nació un fluido cálido de mi mano, ¿sangre?, tenía sangre en la mano derecha derramándose lentamente, pero eso no importaba la tenia a ella y entre nosotros estaba aquella rosa, intacta, igual de bella, hiriéndonos a ambos.

La miré, el dolor que las espinas me provocaban era insoportable pero no pensaba en más que sacarla de esa situación. Entonces escuche so voz, era tan dulce y tan agraciada como si surgiera de un ángel, tan sublime, pero a la vez tan real, -¿Porqué?- gimió -¿Porqué te lastimas solamente para salvarme?- me quedé atónito ante aquellas palabras sin saber que decir. -no debiste hacerlo- me dijo tranquilamente -yo no valgo la pena, no sufras más y suelta mi mano, no derrames tu sangre por mi-, lagrimas comenzaron a correr por mis mejillas, no podía hacerlo- no te soltare- señalé. No podía dejarla morir así sin más, -tienes que subir, tienes que intentarlo- -no, no es así, no podré-. La lluvia se hizo más fuerte y el dolor me atravesaba el alma. -¿Porqué estas aquí?, no deberías- me dijo, -porque me necesitas, no te dejaré-.

Mi brazo no soportaba mas, había perdido ya mucha sangre y el dolor aun punzaba con la misma fuerza. En su rostro encontré nuevamente una sonrisa. -Gracias- le escuché decir y resbaló de mi mano.

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